Una soga, pero dos extremos.

Se sentó en la mesa del café Lola Sabin, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Encontré una soga, podía ver solo un extremo que estaba junto a mi pie. No estaba escondida, alguien la había dejado allí o la había olvidado. En el peor de los casos habría renunciado a ella.

Me seducía. Quería que yo jalara, que la empujara hacía mí. Tal vez era yo quién lo quería, usar mi poder para guiar a la otra punta justo hasta donde estaba.

En un impulso perdí el control y en el arrebato el deseo se apoderó de mí.

Necesitaba que mi fuerza fuera suficiente, pero no lo es. Nunca lo fue.

Lola Sabin.

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