Desperfectos


Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Y sentí que, tibiamente, tus manos podían ir mancomunadamente de las mías.

Y supe que podía esbozar los mejores prólogos de los escritos más infames, inspirados en procesiones arrogantes.

Pero sigo mirando en derredor y las ilusiones acatan un desvanecimiento de tiempos intermitentes.

Las trompetas, cuyos sonidos estruendosos desean acallar la jauría.

Mi espera interminable en esta noche templada, quizás, dé como resultado sentirme en el descanso deseado y en el ahogo de narrativas que ayudan a mi impaciencia, por el surgimiento de las más bellas combinaciones de vocales y consonantes que adulen a tu belleza o haga conocer las incongruentes sensaciones en noches que hacen concretar mis más extravagantes sinapsis.

Una mano quiso hurtar este papiro sin ciencia, sin interés por su simbología.

Llegamos a la mitad de las cosas y las sombras ya no provocan deseos, ni ilusiones, solo interrogatorios que hacen más exasperantes mis respuestas, hasta que haya llegado el momento de decir la verdad, aunque, sin mirar a los ojos.

Y nunca sabrá de las estrategias que desvelan mis incertidumbres.

La bondad y las chusma constante provocan óbices para mi sensación de pérdida, de pérdida de momentos, de evocaciones a epitafios que ninguna culpa han de arrogarse por pertenecer a la vereda de enfrente de todo lo que, a su vez, tiene íntima relación con estas palabras.

Temo que esta luz se apague, que no tenga otra opción que plasmarte en algo que había nacido en mí como estandarte, pero que un soslayado lugar ocupa, pese a que pronto saldrá a la luz y será banquete para perros hambrientos.

Pronto todo se convertirá en desierto y me iré hacia la parafernalia, que alguna vez pretérita me ha hecho pensar en el cambio de parecer.

Simplemente tu ausencia se hace presente y la espera ha llegado a su fin.

Me espera otro azar.



Horacio Oliveira.

Miradas

Brian Lauget se sentó a la mesa, echó un vistazo, pidió un café y luego dijo: 


Porque algún día dije, “es algo tan común”… Pero Romualdo no le prestaba atención al color de ojos, él apreciaba la mirada, la manera de mirar. Insistía con que habían muchas miradas, él conocía pocas, pero sabía muy bien cual lo cautivaban. Era solo cuestión de mirar fijamente a los ojos, para saber si era tímida, era rápida, era difícil o simplemente, se hacia la difícil y muchísimas cosas más. Con tan solo poder mirar a los ojos, pero es algo tan común, si miro a una mujer y me queda mirando, está conmigo, le dije... Y fue ahí, que el sintió que debía explicarme la diferencia entre la mirada, y la forma de mirar.
Ahora, cuando tengo a una mujer lo suficientemente cerca como parar mirar más adentro de sus pupilas, miro fijamente, y puedo saber si mañana me acordaré de ella…


Brian Lauget.

Distracción


Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Tu lejana belleza y mi cercana cobardía hicieron que la noche se hiciera aun
más eterna.

Procediste al diálogo por una atroz inacción. Y esa voz, silenciosa y llena de
ademanes, provocaba una cierta satisfacción, aun no sabiendo su duración.

Cada acercamiento provocaba un rechazo a ni corazón. Cada movimiento me
perpetraba más al dolor.

La ópera de sus cuerdas vocales me repugnaba indefectiblemente. Creíame de tu
pertenencia, aunque vanamente.

Finalmente el azar estuvo de mi lado.

El alma disfrutó su travesía hacia el olvido y el dejo de las preocupaciones.


Horacio Oliveira.

Retornos reveces y ausencias


Sin decirles de mucho, solamente de estos espacios sin fronteras que irrumpan en el camino...




Sol   cuando te contemplo
Inventando el reflejo de mis ojos
En tus sombras palaciegas
Te siento más extranjero que nunca.
Te vas y no ameritas ser ajeno
En esta frontera de nostalgias huracanadas.
Te vas y sé que no volverás a ser el mismo y no volverás.
Habrá perdido entonces su semblanza el balneario que embriaga su exilio
Y que busca en ésta pesadumbre de voces
La pintura de las ilusiones urgentes de un abrigo.
Te vas dejando atrás el rostro de la rivera la vid y el trigo
Que amasa el asfalto de un pensamiento secular que no es mi destino.
Aquí no sirve la brújula
Ni los pasos que guían las estrellas
Tampoco los reproches perdidos
Por el polvo congelante de la noche.
Aquí es escaso el cielo
La legumbre el centeno
Y las palabras de aliento.
Por eso se detiene el murmullo
En esta estatua plagada de mágicos desprecios
Se detiene en el insomnio cuántico de las ideas
Posando como si retrocedieran las horas en el escaso fulgor de la penumbra
Y como avalancha perenne
El herrero del discurso moldea el borde de una frase idílica
Y se precipitan los pentagramas infinitos
En los conciertos fermentados por la espera
Esa fatalidad de que hoy no despierta el sol
En ese grafitis tatuado por el barlovento sinuoso de una mujer
Que espera en la cena el consuelo del silencio de una expresión.
Hoy el sol quedó atascado con la maleza que carga el rio
Quedo envuelta entre la epidemia de fieras enloquecidas y frenéticos desenfrenos
Quebrantando la estética la desnudes y el brillo
Que acusa la primavera en su primera noche de luna
Partiendo a los hombres en costillas de arcilla mal cocida
Para revivir la idolatría de su creación.
Quedo para siempre la tierra
Tendida como sabanas tibias la madrugada
Deambulando en los significados de la oscuridad
La resistencia al silencio total
El canto de un recuerdo de antaño en una historia de amor.

                             Santiago de Chile, Noviembre del 2011
Moshenga VIII Cabanillas