Las hojas y la infamia.

Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Y ha llegado el momento de la revolución.

Las hojas en el camino, esos intermitentes
sonidos que acompañan,
las bocanadas que predican un final atroz.

El tiempo se disminuye normalmente.
Sé que jamás oirás mis ruegos, pues la odisea
solo se reviste de una estructura de anhelos
y pensamientos a punto de ejecución.

Acaso un propósito se funda en la reunión
de muchedumbres nerviosas, ingratas,
con indignaciones proclives a la destrucción.
He temido formar parte del advenimiento
de los juicios feroces. No peco de ser inmaculado.
Aquí espero las sentencias condenatorias.

En medio de la satisfacción y la gula,
proclamo más (O proclamé, como corolario de aquella bella tortura)
tu infamia.

Tu nombre es ponderado por sobre las montañas
y por sobre la tenue capa de polvo,
que es lo que más representa tu reino apócrifo de súbditos,
pues lo eres tú mismo.

La creación (Puedo evocar a muchos profetas
que han cumplido el cometido
de dios en pretéritos tiempos)
no ha sido informada para perpetrar su adoración.

La estirpe misma de las divinidades pertenece a tu antojo.
Los sonidos inversos que aborrezco
son una excelente ejecución propiamente tuya.

El vaso más débil de la histeria
ha derrumbado tu arrogancia,
tu perfidia y tu indeseable y
magnánima presencia.

Ha sido definido, en la mejor de las circunstancias,
como un destello o una estrella fugaz
(Esa infame interpretación a los ojos y conciencia ajena)
que pasó desapercibida.
Ha tenido un largo y tendido tiempo para su análisis.

Profanan una bella imagen,
un bello rostro y cuerpo divino.
Afortunadamente los caminos de escapatorias,
aunque laberintos en todo su esplendor,
se abrieron hacia aquella liberación.

Todo ese cubículo se está contaminando.
Se ha inundado por el agua, pero las actitudes no han sido dolosas.
 Horacio Oliveira.

Invasión.

Se sentó en la mesa del café Cecilio Pastrami, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Atacamos.
Con ganas me voy acercando a la tierra.
Pronto me convertiré en rio o en lágrima. Moriré un día de lluvia junto a un millón de explosiones.
¿Moriré?
Miento, no moriré. Pero dejaré de existir. Jamás nadie conocerá estos pocos segundos de mi singularidad entre el cielo y la tierra.

Y la ciudad agradecerá mi pequeño sacrificio. Y los hombres levantarán sus ojos al cielo con sonrisas en los labios.
El gris del cemento parecerá menos muerto. El aire olerá a vida. La brisa reirá. Y las aves cantaran como sirenas aladas.
Pronto moriré (aunque no moriré) y soy inmensamente feliz. Nada me haría sentir más vivo.
 

Ahora.
Ya.
En menos de un segundo.
 

Soy el mensaje de la naturaleza. Soy la eternidad.
No queda tiempo ya.
Me convertiré en rio.
En risa
en sangre
en último aliento
en desperdicio
en la ira del océano.
 

Mi destino final es ser aquella lágrima que te estremece.


Cecilio Pastrami.

Elecciones.

Se sentó en la mesa del café Lola Sabin, sintió el aroma y dijo:


"Se encontraba un hombre, mirando a la mujer que hacía que su mundo fuera suyo, que sus manos fueran suyas, que sus ideas fueran más grandes de lo que jamás habían sido … "

El hombre, sentado en la barra, acariciaba nostálgicamente enamorado, los ojos de una mujer. Una que lo amaba, a él, y a ella, siendo, con él.
Una mujer que se agrandaba, sin tener que resignar ninguna parte de su diminuta persona. Al lado de un hombre que a sus ojos era inmenso en sus pequeñez.

Se cruzaban miradas rasgadas en culpa, no era su hombre, ni ella su mujer.

Habían jurado amor eterno, habían hecho un contrato. Habían esclavizado sus almas, porque no conocían, no sabían lo que era el amor.
Nadie les había mostrado, antes de conocerse, que podían fundirse en otra persona y sentirla su hogar. No habían visto como dos podían ser uno, sin dejar de ser individualmente.

El matrimonio era una unión, promesas de vida. Era sacrificio, resignar para dar lugar al otro. Era cambiar la libertad por algo más, que correspondía una vez entrados en la madurez.
Era comprometer a alguien a ser por siempre una compañía, un apoyo, ... , era no estar solos nunca más.

Era lo que siempre vieron. Lo que todos dijeron.
Miradas tristes, resignadas, acostumbradas, tan necesarias en el amor.

El matrimonio era todo lo que ellos dos, juntos, no eran.

No podían romper el contrato, habían prometido su alma a alguien más. Un alguien que no tenía culpa alguna, por haber atado su alma a otro, que tampoco era culpable por no saber lo que el amor era, antes de firmar.

No podían alejarse, porque era perder la vida, era volver, a solo estar, a amoldarse para encajar, a emprender un viaje achicándose, hasta desaparecer.

Estaban en la barra, mirándose, mientras posaban sus ojos fijos sobre la misma botella de gin. Él tomaba una soda, mientras ella hundía en whisky su nariz.

Él dijo las palabras, que ella no quería oír, él dijo las malditas palabras, que no quería decir.

Ella respondió como pudo, desde el ardor de su piel.

Con los labios sellados por la falta de aire, arrimó un vaso de whisky, lentamente con su dedo, a la soda insulsa que estaba tomando. Empujándolo a una elección, una metáfora, que no podía esquivar.

Él no tomaba alcohol, estaba atado a un contrato, a una fuerte moral. Corrida de eje.

Él no la podía soltar.

Miró vacilante el vaso, y sin dudar en su decisión, se enfocó en el dedo que lo acercaba, y tomó. Tomó hasta la última gota de cada vaso.

Cada vez que llegaba a su casa, tras saludar a su víctima captora, corría tras la gota.

Cómo si cambiara de algo elegir entre la soda y el whisky, como si eso redimiera su fallida elección.


“Hola a todos, hace dos 2 años que no tomo una gota. Llevo 2 años sobrio …

…no la pude soltar, y me aferre al vaso equivocado. La única verdad es que era el dedo, lo que quería".

Lola Sabin.

Salaito querido.

 Se sentó en la mesa del café Paxcu, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Una vez que cruzo las puertas de la calle Mazzini, con mi mágico boleto a la felicidad, todo se transforma y toma color azul y blanco. Mientras camino por detrás del cuadrante que da a espaldas a las casas, voy apreciando como el verde césped brilla de perfección y en lo alto resuenan los bombos y cánticos típicos de la fervorosa hinchada. Las banderas pueblan las escalinatas del lado norte. En el centro una variedad de espectadores, familiares, históricos hinchas, periodistas y, por qué no, algún que otro observador de talentos. En el punto sur, hinchas que se agrupan para safar del sol con la poca sombra que hay, y pibes, como yo, que estamos ahí, solos o acompañados, ansiosos del puntapié inicial.

Mientas mas me acerco, el calor de la tribuna se hace más evidente, el sentimiento comienza a envolverme, a hacerme parte de esta fiesta. Sin pensarlo demasiado, acepto la invitación y busco mi lugar entre aquellos que ya están acomodados. Vestidos con los clásicos colores, con casacas que rememoran glorias pasadas y actuales, con la titular y la suplente. Y también, algún afortunado que posee un gorrito que detalla títulos y campeonatos comparte el lugar entre nosotros. Todos y cada uno de nosotros tiene un pedacito de corazón albo, aunque no siempre se tenga un presente exitoso, siempre estamos.

Con la espera, arranca la ansiedad y el partido, arranca esa ida y vuelta de la caprichosa, como le dijera Wolf. La pelota y los once leones que a sudor y sangre van a darlo todo para poner al querido Salaíto en lo mas alto. El sacrificio de ellos es tan grande que, no deberíamos olvidarlo cuando los resultados no acompañan.

Al unísono se sienten los estruendos de los tambores y el aliento incansable de la gente. Todo el espectáculo esta dispuesto para estos  noventa minutos de agonía extrema.

Mientras el tiempo avanza el corazón pasa por todos los estados posibles, desde la alegría extrema cuando el equipo muestra sus garras, pasando por el tortuoso momento de tener que ir a buscar la bola al fondo de nuestra red. Pero siempre se llega al gozo intenso, al desborde de la racionalidad para dar rienda suelta a la felicidad. Con gritos de guerra que parecieran denostar al rival, para mostrarle en ese festejo de gol que Argentino es grande y su gente también.

El viejo Embarcadero siempre presente y protagonista. Nos regaló dicha, y soportamos tristezas enormes, pero siempre ahí, siempre apostando a salir y estar en lo mas alto. Con corazón teñido de azul y blanco, que se hace sentir entre alientos e insultos al cuervo que toma las decisiones estamos allí, expectantes, impacientes.

Cuando llega el final, los rostros de los seres que me rodeen varían con el resultado de la última hora y media. Cuando la victoria toca a nuestra puerta puede verse júbilo y regocijo entre nosotros, pero cuando la tarde se puso negra pareciéramos raspar el suelo del Olaeta con nuestras largas caras. El hilo de voz que queda es para saludar a aquellos conocidos que hemos hecho en ese templo del fútbol, en nuestra casa.

Ahora solo queda esperar con ansias el próximo sábado, para volver a vivir una nueva experiencia sin igual. Un show que, más allá de los puntos, se disfruta y se sufre, se festeja, y se llora, porque Argentino de Rosario es una dulce condena que nunca se va a terminar.
 

Paxcu.

El sutil encanto del oxímoron.

Se sentó en la mesa del café Pay, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

En un mundo sin etiquetas me vi etiquetado, ciertos rasgos de locura ordinaria hacen que los caprichos sean menos absurdos y mas coherentes a las acciones del inerte sin actos, llevados a ser los que no fuimos, inmersos en una libertad que nos esclaviza día a día, nos comenta con dulzura el tiempo, “vos y yo somos iguales, buscamos que todo transcurra pronto, y mentimos a nuestras verdades, solo para engañar a lo cierto”.-

Tan cuerda como nadie, es la locura que me rodea,  colmado de abismales espacios totalmente llenos de silencios que suenan a gritos, buscando escapar de la nada que nos rodea,  juego a decir mentiras cuando no te extraño y te necesito, la vida que me espera es tan larga como tus suspiros por mi, nula he inexistente.-

Buscando en una imagen un sentido perdido, un débil escalón separa mi cuerpo del ser, tú ser; ya dejé de buscarte y me acomodo sin sentidos en lo que dejaste de mí, pequeño y olvidado en el olvido, sin vida aparente, sin latidos propios y dueño de los tuyos, sin risa más que la de tus labios, sin besos que  me recuerden tu sabor amargo.-

Pay.

Solo al verte.

Se sentó en la mesa del café Thomas Jhonson, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Mi corazón late muy fuerte,
mi respiración es agitada,
siento un pequeño malestar.

No me atrevo a decir
ni una sola palabra,
temo equivocarme,
dar un paso en falso.

Estoy titubeando,
casi asustado,
siento como el frío
recorre mi cuerpo...

Eso siento cuando te veo. 


Thomas Jhonson.

Volar sin alas.

Se sentó en la mesa del café Lola Sabin, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Como quisiera poder. Poder ser
el susurro al corazón que con un grito del alma
te diga que todo, porque todo,
va a estar bien.
Ser los ojos en los que descanse
tu mirada desahuciada.
Los brazos que te rodeen
y te sostengan
acariciándote para amalgamar las heridas
que nunca sanan.

Nunca a pasado, un nunca a futuro
jamas te lo podría augurar.

Yo te prometo que vas a volver a sonreir
sin ganas de llorar.
Yo te prometo que lo vas a volver a hacer
contagiado por la felicidad de quienes amas.

Todo va a estar bien. Todos van a estar bien. Lo sé.
Porque por más plumas que veas en el piso,
por más que te arrastres por no poder volar,
el ave es ave. Y vos, podes más.
Arrastrándose, también se puede volar,
porque el vuelo está en el alma,
en la mirada, en el amor, que uno es capaz de dar.
Y a vos eso, nunca, siendo vos, te va a faltar.

Siempre vas a ser más. Al menos mis ojos
no ven un ave que no puede levantar. Ven un ave.
Distinta. Qué tiene algo, que por más caída que esté
siempre la va a hacer resurgir, a su tiempo.
Si, hoy, no confías en vos, confia en mí
volá, las alas las tenés.

 
Lola Sabin.

Ajedrez y diseño (ideas en desorden alfabético)

Se sentó en la mesa del café 7d2, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Me sorprende la similitud con la que se desarrollan las actividades del ajedrez y el diseñar un proyecto arquitectónico, siendo estas peculiarmente tan distantes.
Siempre es difícil empezar. No sabemos como ni por donde y necesitamos una referencia a la cual aferrarnos, que al inicio no existe; ergo el primer movimiento es el principio del caos. Un caos quizá funesto o quizás vitalizador, pero en ambos casos embriagador, que nos va consumiendo hasta el punto de hacernos olvidar de nuestra propia existencia.

Con la práctica y el ejercicio, vamos desarrollando nuestras propias técnicas, nos singularizamos por un modo particular de empezar que nos identifica, intuimos por donde debemos caminar para no complicarnos con nuestras propias ideas y a la vez tratamos de ser perspicaces, creativos e innovadores, pues con cada movimiento de pieza o cada trazo o visualización imaginativa descubrimos algo nuevo, es una reacción en cadena en la que pareciera no transcurrir el tiempo mismo. Y estas situaciones son totalmente posibles porque exigen el conocimiento tripartito de lo que tenemos frente a nosotros; el conocimiento preciso de hacia donde queremos llegar y por sobre todo, lo más importante, el conocimiento de nosotros mismos.

En estos juegos, intervienen etapas de ideas, crisis, espera, observación y meditación; pues en ese momento no existe otra cosa más que nuestros elementos con los cuales desarrollaremos nuestra estrategia para arribar al mejor punto posible o funesto que podamos tener.

Probablemente otra coincidencia cuantitativa sea resolver un problema, cual dicha solución es una búsqueda constante e inacabada donde recurrimos a lo empírico, a la intuición, a la analogía y a la creatividad. Hay que conocer la realidad, desarmarla, reordenarla en nuestra mente y hacerla finita, para dar respuesta a lo que se nos presenta en un tiempo determinado. Ambos ejercicios lógicos y abstractos, dependen y están ligados al tiempo; este mismo es un factor imprescindible, también enemigo puesto que por más relativo que sea, es constante a nuestra relatividad y nuestro sistema de razonamiento no lo es. Necesitamos de un tiempo determinado para poder desarrollar una idea, proyectar y especular sobre el futuro recurriendo a la imaginación.

También contamos con piezas o elementos de jerarquía con los cuales jugar, y para cada caso asignamos un grado de jerarquía distinto a cada pieza o espacio.

Ajedrez y diseño son primos hermanos, ambos invocan a la especulación, al raciocinio, a la creatividad y técnica propias, todas variables de estos ejercicios que apelan a la subjetividad para distinguirnos y hacernos humanos.
La arquitectura es un ajedrez de espacios, y el ajedrez una arquitectura de piezas...
7d2.

Sin corazón.

Se sentó en la mesa del café Al Descubierto, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Probé ya de mil maneras:     
rezando, llorando, negando.
Pero es muy fuerte lo que generas, 
y todo ha sido en vano.

Ahora pienso alejarme, 
para poder vivir en paz.
Pero se que me falta coraje
para simplemente dejarte atrás.

No pude olvidar todo
lo que siento hace tiempo,
mas cuando trato empeoro
y vuelvo al sufrimiento.

Ahora que soy un cobarde,
que estoy atrapado sin movimiento,
no me alejo ni trato de acercarme,
¿Cómo expresar este sentimiento?

El  mayor miedo de todos
es el resultado de la acción:
si decido acercarme y no puedo
el rechazo rompería mi corazón.

Si en cambio escojo la distancia,
decido perder toda esperanza.
Abandonar la lucha y el amor,
con el riesgo también
de que no me devuelvas mi corazón.


Al Descubierto.

Incapacidad social

Se sentó en la mesa del café DCF, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:  


Dos tres cuatro cinco, doblo a la derecha, uno dos tres cuatro, a mi izquierda está la llave de luz… ¿para qué?, avanzo recto tres pasos más y estoy frente a la pileta del baño; me lavo la cara y cepillo mis dientes mientras escucho la radio que informa la hora: siete de la mañana, debo apresurarme, cierro la canilla, plic; salgo del baño y avanzo por el corredor, plic; tres cuatro cinco, doblo a mi izquierda, plic; ya estoy en el dormitorio y comienzo a vestirme, plic; salgo del cuarto con rumbo a la puerta de calle, plic; saco las llaves de mi bolsillo y abro, plic; ¿qué es ese ruido?, plic.

Por fin terminó mi entrenamiento, fue duro, pero he aprendido mucho en estos meses… y no me puedo quejar, me han tratado bien. Ahora tengo un tiempo libre y puedo socializar con mis compañeros. Parece que soy la única hembra aquí, ¡deja ya de olfatearme el trasero!, que se ha creído este Sultán.

¡Puta… la canilla otra vez!, plic; no tengo tiempo ahora de cerrarla, debo ir por mi perro, plic; cierro la puerta, tres cuatro cinco, llego al ascensor, presiono el botón, no escucho el sonido de los engranajes, debe estar en mi piso, abro, entro y busco el botón de planta baja… que ya no es más redondo… ahora son todos cuadrados… y parecen estar como hundidos, los cuento…, este debe ser, presiono; salgo del ascensor y me invade un fuerte olor a café; esta es mi vecina Olga y su café de filtro, estoy en el primero, vuelvo al ascensor y presiono el botón de más abajo. Gano la calle y despliego mi bastón.

Estamos todos muy nerviosos, ayer escuchamos a nuestro entrenador hablando por teléfono, parece que vendrá alguien a buscar un lazarillo… ¿qué olor es ese?: comida; nos acercamos despacio, no debemos correr, cada uno a su plato moviendo la cola. Nuestro entrenador es flaco y alto, un muchacho joven de calzado deportivo, vaquero, remera, y huele como nosotros; termino de comer y lo observo, tengo ganas de pararme en dos patas, apoyar mis delanteras sobre su pecho y lamerle la cara, pero me contengo; por cierto… ¿a cual de nosotros vendrán a buscar?, me gustaría poder hablar para preguntarle, pero no nos han enseñado a hacer eso… aún; el entrenador se va para el frente y se dispone a abrir el local… ¡oye, pará de morderme la oreja!

Tac…, tac…, tac…, tac, el sol me da en el rostro y la calle está desierta, lo sé, pienso en mi lazarillo mientras camino a la parada, tac…, tac…, tac…, toc, una columna de hormigón, llegué a la esquina…, sí, aquí está el cordón; no escucho ningún auto, comienzo a cruzar, tac…, tac…, tac…, toc, el otro cordón. Llegué a la parada, creo que no hay nadie, o al menos nadie habla ni camina, escucho un ómnibus que se acerca, le hago señas, chilla el freno y el ruido metálico de la puerta me guía: -¿Este es el tres veintinueve? –No, el tres veintinueve viene atrás –Gracias –Escucho cuando cierra la puerta y arranca –Yo le aviso cuando venga –Me dijo la voz de mujer mayor –Ha… creí que estaba solo… ¿usted se toma el mismo? –Sí, lo tomamos juntos… mirá… allí viene. –Subo al ómnibus, cierro mi bastón y ocupo el lugar de los discapacitados; no me cobran el boleto: -Disculpe, me avisa cuando lleguemos a Ocho de Octubre y Belloni -Sí claro –Durante el viaje voy pensando en mi perro lazarillo, ¿será mejor que mi bastón?, al menos me hará compañía, dicen que no da problemas, están muy bien entrenados y además -Llegamos joven –Gracias –Despliego mi bastón y echo a andar, tac…, tac…, tac…, tac, hay mucho ruido en esta calle: coches, camiones, tac…, tac…, ómnibus y mucha gente, puedo escuchar sus pasos cuando se apartan para dejarme pasar, tac…, tac…, tac…, (…), (…), ¿qué es esto?, parece algo muy blando… se entierra el bastón en el; intento rodearlo pero es enorme… para ambos lados… y también para arriba: -Pará que te ayudo –Siento la voz de un joven a mis espaldas, y está recién afeitado, su olor a colonia me marea; toma mi brazo y comenta mientras caminamos: -Están construyendo, y ocuparon toda la vereda con una montaña de arena, hay que bajar a la calle…; ahora sí, acá ya podemos subir, cuidado el cordón… -Gracias –De nada –Tac…, tac…, tac…, escucho una conversación a mi derecha: -Disculpen, ¿una casa donde entrenan perros? –Sí, en esta misma cuadra… unos metros más adelante –Gracias –Tac…, tac…, tac…, siento olor a perro, debe ser acá: -¿Aquí es donde venden lazarillos? –Sí… ¿qué se le ofrece? –Yo soy Carlos… -Ha… Carlos, pase, lo estaba esperando –No sólo el local huele a perro, también el hombre de voz cansada que continúa-: tome asiento aquí, ya le traigo a su lazarillo. -Está fresco acá. El hombre se aleja en un andar lento y el piso, seguramente de madera, va dejando de vibrar… hasta que cesa. Una puerta se cierra.

Acabo de escuchar una conversación… entre mi entrenador y alguien, ¿será mi futuro dueño?, ¿seré yo la afortunada?, ay, ahí viene…: ´´Sultán, ven aquí´´ dijo con vos cansada y le coloca la asidera… se van.

Una puerta se abre, jadeos, vibraciones, -Aquí lo tiene

–Toma mi mano mientras me levanto y la pone sobre una asidera, cálida, plástico corrugado- Se llama Sultán –Me arrodillo y comienzo a acariciarlo: pelo corto, cabeza grande, lengua afuera –Usted no se preocupe, Sultán esta muy bien entrenado, se entenderán enseguida –Eso espero… y salgo, con el perro en una mano y el bastón en la otra –Ya no precisa el bastón –Aclara el hombre mientras siento como me marca el camino y cruzo la puerta, sol. 
Estamos en la calle, lo guío por la sombra, el calor es intenso, no se adonde quiere ir, espero serle útil. Se frena, -¿Porqué te paraste Sultán?, me agacho y lo acaricio, está sentado, siento ruido de coches, ¿habremos llegado a la esquina?, hay tanto ruido en esta calle, guaf, ladra y comienza a andar: el cordón, guaf, el otro cordón, no sé para donde vamos, pero por ahora vamos yendo…; ahora es él, mi dueño, quien se frena… y yo me siento. –Disculpe… ¿la parada del tres veintinueve? –Sí, en esta cuadra, la próxima esquina –Gracias –Seguimos caminando…, guaf, llegamos a la esquina, -Disculpe, ¿acá es la parada? –Sí –Me avisaría cuando venga el tres veintinueve –Claro, pasa enseguida…; mire… ahí viene, el primero no, el segundo –Escucho pasar a uno y hago la seña, frena, abre sus puertas y me dispongo a subir –Perdone joven, pero no puede subir con animales –Pero… este es mi perro guía –Lo sé, pero son reglas de la empresa… hasta que no las cambien… –Lo miré con cara triste, lástima que él no pueda ver mi rostro, empezamos mal -Y bueno sultán, habrá que caminar, y caminamos…, mucho. Por fin en casa, abro la puerta, plic; cierro y Sultan me lleva hasta el living, plic; maldita canilla, plic; pongo rumbo al baño, creo que mi dueño quiere ir por acá, plic; aprieto bien la bendita canilla, me agacho, y por primera vez, me saco los lentes negros, apoya sus lentes en el suelo, me abraza, y entre mimos y caricias, una cosa descubrí, mi rostro está en sus ojos, yo lo vi.


DCF.