Al volante, sin saber manejar.

 Se sentó en la mesa del café Lola Sabin, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Me sentía como si hubiera estado durmiendo una década. Estado que el chirrido del celular contra el mueble, con ese bendito vibrador, no ayudaban, en nada, a socavar.
Puse un pie, no recuerdo cual, ha de haber sido el izquierdo, seguro. ¿Dónde lo puse? ¡Aaa sí! ¿Donde más?  En la alfombra. Que sin haber abierto completamente los ojos, pesaba sobre mí el tenerla que limpiar.
¿Alguien podría explicarme por qué alfombre la habitación? Mejor aún, ¿alguien la podría limpiar?. ¿No? Bueno, es un trabajo al que ya me acostumbre. Porque uno se acostumbra a todo. Sí contara las cosas que hice, y no sé como llegué ahí, pero las hice una vez y después otra más. Y al final, las seguí haciendo … porque era lo que hacía.
¡Uuuy no me sale una palabra hoy!. No me puedo despertar.
¿Las llaves del auto donde están? Sobre la mesa, en la cocina. ¡Ya está el café me gritaban! ¿Quién? si no había nadie. ¡¡Aaa!! ... el microondas.

Me senté frente al volante, no importaba si estaba lista para conducir, había que sentarse. Todos lo hacen. Es así. Tenes las llaves, el trabajo, tenes el auto … es dos más dos. Ay no me bañé, que tonta. Aa no sí, sí me bañe, si tengo el pelo mojado.

El día se pasó volando, pero me costó arrancar. Siempre me cuesta, no sé por qué.
En el after me desplomé sobre la barra, decir que estaba el pendex, ufff que calor. Esas pestañas, esa boca, esos brazos … ¡mamita! Encima se comenta que le gustan las maduras, pero no sé. Aunque si se da, se da.  Ooo la que me faltaba, estaba él, el baboso de siempre mirándome desde la punta. Es atormentador, siempre alguna excusa para hablarme. Un pesado. Realmente.
No me sacaba la vista de encima, todavía no sé que fuerza depravada me acerco esa vez a él. Quizá el vino. ¿Tomé esa noche? Ay no sé, no me acuerdo.

Le hice una mirada, de esas que dicen más que mil palabras … bueno se ve que no escucha bien.

Seguí en la mía, mirada va, mirada viene, mucho alcohol, el pendex … un divino.

Fui al baño, muy dulce el bombon, pero no sé cuantos metros cuadrados había tomado de vino. Estaba rico igual.

Aaay ¿y mi bombón?, se iba con un gato barato, y viejo. Se mantenía, pero era una carcacha que se destartalaba en cualquier momento. A la mañana no la quisiera ni ver.
¡Sii, estaba eliminando algunas toxinas del cuerpo!.

Volví a mi lugar, el tiempo pasó volando, otra vez, y en la barra un hombre me miraba fijo, delicadamente.

Ya se escuchaba al sol saludar, así que lo miré … y, ahora, sonreí.

En verdad, no sé por qué me cuesta tanto despertar en la mañana. Voy a cambiar el despertador.


Lola Sabin.

Hijos.

Se sentó en la mesa del café DCF, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

 Los vemos nacer
y con esfuerzo los hacemos crecer.
Luego se van, se juntan con otros
y se reproducen con ellos
dándonos así: la mayor alegría
que un escritor pueda tener.

DCF.

Arco iris (O Tus ojos).

Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Acaso los nocturnos caminos 
ilimitados (Que jamás osé 
circular), me tenían vedada alguna 
oportunidad no muy lejana.

Con cansancios determinados, con 

insomnios (No sé si justificados),
que perpetraban mi acidez.

Mi lengua estaba aguzada.
La misma interrumpía en el juego
que lograste perder por tu impaciencia.

Tus ojos mostraban avatares. La 

sonrisa enemiga pudo hacer más 
filosa mi espada.

Tus evocaciones intimidaban hasta 

al más cauto en la noche.

Mi ulterior oxímoron:
Tu péndulo silencioso y obscuro ha 

hecho caducar mi psicología.

Tus ojos formaban un arco iris,
clandestino por aquellas nubes 

exóticas. Conté solo unos cuantos 
colores, suficientes para la algarabía. *

(Puedo evocar una hermosa continuidad de palabras.
V. gr.: “Una ventana donde asoma tu rostro…”.
Resulta inviable e irrelevante para este caso.)


La incertidumbre no acapara mi 

mente. Tal vez mi tiempo no es el 
adecuado, tal vez todo debiera ser 
quietud.

La vorágine ha hecho todo mejor.
Me espera porfiar por cambiar las 

cosas de otra manera.

Tengo pocas cartas en la mano,
muchas impunidades que me 

motejan de incapaz, y de 
tantos adjetivos poéticos y denigrantes. 


* Puedo evocar una hermosa continuidad de palabras.
V. gr.: “Una ventana donde asoma tu rostro…”. Resulta inviable e irrelevante para este caso.

Horacio Oliveira.

Cobarde.

Se sentó en la mesa del café Lola Sabin, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Lágrimas rojas, escupe tu alma.
Ríos embriagados de uvas pisadas;
molidas por pies, salen de tus ojos
y vos, embebido en tu ceguera,
por opción, ni las ves.

Tus ropas, en su hartazgo, habrán perdido
el sórdido olor amargo que carga tu piel.
Las siempre ojeras se esconderán tras tus ojos
suplicando dormir, habrían dado su negrura
por solo dos minutos, sin tener que obligarte a recordar.
(inútilmente)

Son los restos. Un cadáver que se vistió
para la ocasión, y se puso en pie ansioso por rodar.
Preso del espejo quedo el ángel, del que
perdidamente, me enamoré.
En el espejo quedo la proyección, el esplendor
del que una vez viste. Y no te animaste a ser.

Felicitaciones, exitosos empresario.
Líder, revolucionario,
tantos papeles que recubren
lo que con diarios, noticias de ayer y hoy,
tapaste ... el cadáver del hombre. (vos)

Amo tus ojeras porque yo sé, son el reflejo
del que mataste. Vive en el negro, debajo de los ojos,
buscando un claro de luz para resurgir,
gritándole al cadáver, a viva voz, que aun quiere ser.
Te mataste por miedo a nacer. Cobarde.



Lola Sabin.

Generaciones condenadas.

Se sentó en la mesa del café Bruno, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Generaciones ofuscadas
se oyen gritos de rebelión
de unos pocos, solo aquellos
que tuvieron educación.

Generaciones ofuscadas
se oyen gritos de desesperación
de unos cuantos, todos ellos
a quienes la herramienta para luchar
se les negó.

Para luchar sin armas,
en una guerra de poderes,
quienes no se educan
son rehenes.

Rehenes de un fusil y un cañón.
Rehenes de una droga o el alcohol,
una imágen y una pilcha john le cok.

No son dueños de su libertad,
quienes fueron ultrajados
creciendo solo con una cara
de esta sádica sociedad.


Bruno.

Ella.

Se sentó en la mesa del café Paxcu, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Solamente me quedo para mirar unas cuantas veces la misma escena, pero algo en mi quiere irse, estar lejos de este lugar. Sin embargo, me quedo inmóvil contemplando, solamente viendo. Pareciera ser como si mis ojos fueran los únicos capaces de gozar con este espectáculo, pero no, me equivoco. Mis oídos, también, se deleitan con la suave música que comienza a sonar, ritmos lentos y muy agradables, tan placenteros que me convencen de permanecer allí.
Los deseos de abandonar el lugar desaparecen por completo el mismo instante en el que entra en la sala una dama de refinado aspecto y mucho brillo. Una misteriosa y atractiva mujer a la que captan al vuelo mis sentidos. Su camino se acerca a mí, y cuando la tengo cerca, agacho la vista. Pero sigue allí, su intenso perfume, de toques dulces y encantadores, queda registrado en mi memoria.
Busco un nuevo lugar para prepararme mejor para el momento en que me toque participar, pero el temor, lógico, de una experiencia poco exitosa aparece. A pesar de todo, y con mucha convicción, arremeto contra esa “mariposa”. Con un saludo, un tanto amable y otro poco tímido hago mi entrada. Su respuesta, para mi sorpresa y alegría, es casi similar, lejos de ser a lo que no quiero. Su mirada es más cautivante cuando son un par de metros los que nos separan. Escucharla hablar, y contarme sus historias me genera un placer inexplicable. El miedo al fracaso abandona la sala por la misma puerta por la que ella hizo su ingreso.
El tiempo sigue su marcha, los minutos vuelan y aquel enorme sitio pareciera ser la excusa perfecta para nuestro encuentro, la mejor razón para seguir creyendo. Somos ella y yo, nadie más entre nosotros.
Una noche que comenzó dudosa y con pocas expectativas se convierte en el tiempo y espacios justos para los sueños. Una noche de casualidades, y un “Negro” que nos acerca. Una excelente coartada para este encuentro sin igual.



Paxcu.

Al desierto.

 Se sentó en la mesa del café Cecilio Pastrami, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Levantó los ojos al cielo, ya clareaba. La noche atroz terminaba, el día infernal acechaba.

No hay descanso en el desierto. Una brisa, la última de la noche, lo atravesó, causándole un escalofrío de placer.
El amanecer era la mejor hora para caminar. A pesar de la media noche caminada. A pesar del desierto. Y de la arena.


Hay una relación íntima y ancestral entre la arena y el tiempo. No hace falta sino hundir un pie en la arena caliente para saberlo. A veces pienso que el tiempo está hecho de arena. O viceversa. Y nosotros en el medio, seres de arena y tiempo. Perdidos en el inmenso desierto que es nuestra vida.
Por eso el mar, por eso.
Nos fascina y nos aterra.


A media mañana sintió que algo tapaba el siempre-sol-sobre-su-ser.
Levantó la cabeza.
Nada. Con cada paso avanzaba un paso. Y retrocedía miles de eras de la tierra.


¿Será posible que ni siquiera me mueva? Llevo caminando horas, días, eones.
Ni siquiera me muevo.
Así fue mi vida. Siempre hacia delante.
Avanzando.
Evolucionando.
O retrocediendo.
Hundiéndome.
Creyendo que me muevo. Que en verdad existe el movimiento hacia algún lado. Creyendo que mi vida es un desierto cuando es un grano de arena.


A media mañana bebió el último sorbo de agua.
La sintió.
Helada (aunque no lo estuviera) bajando por su garganta. Por su pecho seco. Por su corazón ya muerto. Y en su estómago vacío.


No pasó mucho hasta que cayó la primera.
Fresca y potente.
Inconfundible: Una gota helada sobre su frente.
Levantó la cabeza por enésima vez. Pero sólo vió el cielo brillante y el sol celeste.
Ni una sola nube.


Esperamos la lluvia. El hombre vive esperando la lluvia. Pero no el hombre presa de vicios, responsabilidades y derechos.  
El espíritu del hombre, el alma del hombre ama la lluvia. En un día de lluvia el alma triunfa. Esperamos la lluvia como un milagro posible. Amamos la lluvia porque es agua. Y sin saberlo la amamos. Creemos que el agua nos salvara.  
Tan parte de nuestra esencia…


Pronto lloverá. Mejor me apuro si no me quiero mojar.


No es bueno caminar en el desierto si no es con convicción. Él camina sin rumbo ya.
Ya no había agua en la cantimplora y pronto llovería. El cielo cada vez estaba más claro. Más celeste e impoluto.
Se apuraba sin saber bien por qué.


Llegar antes de que se largue con todo.


Otra gota cayó sobre su hombro. Luego otra, que se deslizó por su mejilla. Otra en el revés de su mano. Y otra. Y otra y otra.
Levantó sus ojos una última vez.
Arriba, el sol le sonreía. Entonces si se largó con todo.
Y comenzó a llover.

Cecilio Pastrami.

Himno a tus ojos (No poético).

Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Las enumeraciones (Un sinnúmero) 
no prosperan en mi mente para 
poder emitir versos acordes.


No podría imaginar un escueto cuento. 
Sería caer en banalidad. Ni los estribillos, 
ni los estruendos me sugieren una buena idea.


Un elixir, podría servir de aval 
para perpetrar una sentencia, 
acaso poética, vislumbrando un futuro deseado.


Me acobarda la sinceridad, 
me impregna de incertidumbre bosquejar 
o disertar acerca de ellos.


Una aproximación:
“Como el sol que brilla en la mañana,
Tus ojos acaparan mi atención.
El cielo de estrellas se empaña,
Pero tus ojos me hacen perder la razón.


La noche hace de ti un bello ser,
Tus manos marcan el camino,
Temo de vista tus ojos perder,
Y no saber, acaso mi destino” *


Es más factible saber el destino de uno mismo 
a intentar darle un gramo de atención a este ensayo.


Intento más descifrar una luz borrosa, 
al hecho de concluir esta falta de idoneidad.


Hilvanar rimas, adjetivos calificativos, 
medidas poéticas 
(De las más simple hasta la alejandrina) 
representan el sacrilegio al que me he sometido.


El café está vacío, los bocanadas 
ya cumplieron su cometido en mi ser.


Mi voluntad se está debelando al sueño.
El frío acaricia suavemente mi rostro.


En la noche las razones, acaso dos, iluminaron el entorno.

* Al término, pude embellecerte con simplicidad, sabiendo que volvería a ver tus ojos.
La tormenta solo se anotició por su normalidad. Sus aguas dejaron demasiado margen de análisis y no provocaron temor.




Horacio Oliveira.

Hay una sombra en mi habitación.

Se sentó en la mesa del café Lola Sabin, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Hay una sombra en mi habitación. Sigilosa, presumida. Forma sin forma avanza penetrando en la inmensidad de la oscuridad de mi cuarto.
No quiero hacer ruido pero mi corazón golpea estrepitosamente contra el pecho, mientras en la desesperación intento respirar en un segundo todo el aire que cabe en el lugar. Más esta electricidad que recorre mi cuerpo haciéndose cómplice de mi parálisis. Tengo mucho miedo. No sé qué hacer.

Mis oídos, que han sido toda su vida unos perfectos perezosos, se mimetizan con el cuadro que muestra el lente de los ojos que ven. Se vuelven agudos, filosos y registran cada evento. Haciéndose vigías del lugar.

La siento cerca. Mi espacio ya no es solo mío, está invadido. Me ha sido arrebatado por alguien que su cara no me atrevo a ver en las penumbras de la noche.

Mis fieles centinelas advierten una voz que dice:
- No tengas miedo, no vine a lastimarte.

Una leve ráfaga de tranquilidad me visito, pero no quiso quedarse, se ve que tenía cosas más importantes que hacer. Ayudando a espantarla, la voz nuevamente cobrando aún más fuerza retomó:
- Hace tiempo que te sigo, mas tu no me quieres ver. Me injurias, me desprecias, me has colmado de odio y calumnias. Si quiera ahora que estoy frente a ti, una vez más, te dignas a mirar.

Estaba caminando al borde de un acantilado, no sabía si tirarme al vacío y gritar con todas mis fuerzas, a nadie, porque la casona estaba a mi entera disposición o entregarme al destino, sin ofrecer resistencia.
Pero ninguna pude mantener, como buena bocona que soy, en un grito mal humorado y de terror susurré:
- ¿Quién sos?. ¿Qué pretendes de mí?. ¿Qué es lo que te he hecho para que me hagas esto?. Por favor ... y las lágrimas brotaron de mis parpados como ríos buscando fluir.

La sombra pareció llenarse de furia, dio un paso hacia atrás y encolerizada comenzó a repetir una y otra vez mis preguntas. Su tono claramente resurgía, saltando entre irónico y burlón, pero lleno de enfado ...

- ¿¡Que quién soy?! aa bue, pero que ¡¿quién soy?!. ¡Increíble!. Lo único que me faltaba, yo no pretendo ¡nada! (bajando la voz .. sumergida en angustia prosiguió) de vos ...
Ya no se que hacer. Te sigo, intento que me veas ... que no me olvides, que recuerdes quien soy.
Para que así dejes de reprocharme, de señalarme con asco, de machacarme todo aquello de lo que no soy responsable ... Pero nada sirve. Siempre se trata de vos, siempre se trata de esquivar lo que te hace sufrir, de ser feliz.
Siempre se trata de vos, y nunca de mí. Me convertiste en la culpable de todas tus faltas, en la causante de todos tus problemas, me alejaste, me vestiste con ropas que no eran mías .. ¿Para qué? .. ¿Para perderme? ¿Para que al verme no me reconozcas y la culpa no te azote? ... Al perderme te perdiste.
Al perderte me perdí. Pero eso ya no importa, acá los importantes no somos ni vos, ni yo ... hay alguien que ni siquiera nació, que es inocente que solo quiere vivir.
Yo ya he vivido lo que tenia que vivir, vos ... a tu forma también, pero por ese alguien te pido que me mires, que me veas, me reconozcas y me abraces ...
Porque ese alguien de mañana, va a penar o a desplegar la gracia, o las dos, dependiendo de lo que seamos, vos y yo.

Llorando en las tinieblas, encendí la luz y la sombra dejo de ser una sombra.
No fue fácil volver a verla, menos aceptarla. Pero esta noche oscura, sin penumbras, ya no me persigue.

Lola Sabin.

Volverte a ver.

Se sentó en la mesa del café Paxcu, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Con los dientes apretados de bronca escribo líneas de poca forma y versos que nada de sentido tienen. Con el corazón en la mano pongo de reflejo la locura de este momento. Donde nadie entiende y nadie me encuentra. En la soledad de este lugar estamos solos, solo mi consciencia y yo. Nadie más. Nadie menos.


Como si nadie se diera cuenta que existo todos pasan a mi alrededor y con sus miradas nos alejan. Con su desprecio hacen que las distancias sean cada vez mayores. Me acurruco entre mis piernas, como queriendo soltar una lagrima para aflojar la presión en mi pecho pero no sale, hasta ellas parecen habernos abandonado. Enlazo mis brazos alrededor de mis rodillas como buscando protección, un cuidado que nos mantenga remotos de los males, de los dolores.


Por unos instantes pareciera ser efectivo, todo mi mundo termina en mis extremos. Bajo mi cabeza hasta parecer una pequeña bola, o quizás para achicarme e intentar desaparecer de ese lugar. Todo continua de mil maravillas, me siento casi invisible, casi imperceptible, y hasta, imbatible, pero como nada es eterno vuelvo a caer en la realidad.


El frío en la piel me recuerda donde estoy, me mantiene aquí, donde no quiero estar. Y como si fuera un milagro aparece él, sacudiendo la cola de un lado a otro, con la energía que a mí pareciera faltarme. Corriendo, como queriendo apurar el tiempo llega hasta mi, llega a mi abrazo. Su desespero y alegría son gigantes, tanto o mas que las mías de volverlo a ver. Demasiado bruto, con mucha impaciencia, salta y me lame, me besa, me devuelve la sonrisa, me devuelve la vida. Sus cuatro patas me salvan, me rescatan, y siempre me devuelven la curva más hermosa de la vida.


Paxcu.

Yemina.

Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Resido en donde los castillos se desmoronan,
donde los pensamientos se funden entre polvo, futuro y el debelo.

Acaso me interrogué por tu ausencia y no por tu partida,
jugando un tanto al guerrero sin guerra,
batallas, retos y ni siquiera enemigo.

Los ocasos no adelantan ningún augurio diario hacia mí.
Aquel imponente informante me ha recomendado un toque de poesía,
pues aquí estoy pecando.

Te intitulo como el reverso de la normalidad
con una delicadeza principesca,
pero en tus manos está más que clara
la disolución de esta intriga.

Se paga con el mismo precio o los mismos artilugios en vano,
no hay nada en lo que se pueda valer este desperdicio de cumplidos.

En esta vorágine inconducente de mi tranquilidad,
sospeché lo más obvio a cualquier audaz mirada.

Derroché infinidades de expectativas en tu nombre.
Prediqué un estilo de vida quizás más apto para mí.

Una locura preciosa (Un eufemismo) ha atravesado
inocentemente últimas etapas de mi supervivencia.
No creo demasiado en aquéllas por una simple
estructura de relaciones incorruptible.

Hoy los cimientos arenosos en donde me cobijo
tienen otra manera de contención
ante las tormentas que arrasan todo a su pasar.

Tu nombre ha plasmado toda expresión de sorpresa,
toda ejecución de incertidumbres hacia mí,
todo ejercicio de nostalgias emergentes,
de extrañezas, de soslayos, de pasiones inefables.
Aun así, representas un pseudónimo.

El juego, del cual comencé perdiendo, jamás tuvo su final.

Todo se remite ante ese idioma que me deja perplejo.

Sus sonidos erigen todos mis impulsos.
Todo en derredor es apócrifo,
un anaquel de conocimientos a los cuales jamás tendré acceso,
a un conjunto de historias que jamás se contarán
y que su propio cuerpo simboliza
la incertidumbre misma.

Y empecé a saber ese destino que te ultraja, solo por esos días.
Y quise intermediarios porque temo una afrenta silenciosa,
y, sin saberlo, presentí metafóricamente tus húmedos cristales
que dejan perplejo a quien los contempla.

Ya en mi interior no aflorabas.



Horacio Oliveira.

Cruces.

Se sentó en la mesa del café Santiago, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Buen día! Me dijo.

Y siguió con su sonrisa caminando hasta el fin, la ví alejarse, y despedía sueños en forma de pasos dados.
Deseo por Dios, si es que éste existe, cruzarla cuando ya no queden más miedos en mi estantería del sótano, cuando pueda decirle todo lo que siento sin temer rechazo alguno, rechazo que ella nunca demostrará por no contar con tal terrible palabra en su vocabulario.

Después de unos metros, todavía con los ojos sorprendidos, y más que sorprendidos, encandilados, junté fuerzas desde las baldosas que pisaba hasta el cielo que miraba, y todo caprichosamente orquestado por los latidos del corazón que me rebotaban en la garganta y le grité, aún mirando su espalda, y todavía con su sonrisa gravada en mis pupilas:

Más que buen día, el mejor de todos!

Y como si fuera el mejor regalo que nadie nunca me dió, ella giró medio cuerpo, y sin dejar de caminar, mirándome fijo, volvió a sonreír.


Santiago.