Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:
Tu lejana belleza y mi cercana cobardía hicieron que la noche se hiciera aun
más eterna.
Procediste al diálogo por una atroz inacción. Y esa voz, silenciosa y llena de
ademanes, provocaba una cierta satisfacción, aun no sabiendo su duración.
Cada acercamiento provocaba un rechazo a ni corazón. Cada movimiento me
perpetraba más al dolor.
La ópera de sus cuerdas vocales me repugnaba indefectiblemente. Creíame de tu
pertenencia, aunque vanamente.
Finalmente el azar estuvo de mi lado.
El alma disfrutó su travesía hacia el olvido y el dejo de las preocupaciones.
Horacio Oliveira.
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