Desperfectos


Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Y sentí que, tibiamente, tus manos podían ir mancomunadamente de las mías.

Y supe que podía esbozar los mejores prólogos de los escritos más infames, inspirados en procesiones arrogantes.

Pero sigo mirando en derredor y las ilusiones acatan un desvanecimiento de tiempos intermitentes.

Las trompetas, cuyos sonidos estruendosos desean acallar la jauría.

Mi espera interminable en esta noche templada, quizás, dé como resultado sentirme en el descanso deseado y en el ahogo de narrativas que ayudan a mi impaciencia, por el surgimiento de las más bellas combinaciones de vocales y consonantes que adulen a tu belleza o haga conocer las incongruentes sensaciones en noches que hacen concretar mis más extravagantes sinapsis.

Una mano quiso hurtar este papiro sin ciencia, sin interés por su simbología.

Llegamos a la mitad de las cosas y las sombras ya no provocan deseos, ni ilusiones, solo interrogatorios que hacen más exasperantes mis respuestas, hasta que haya llegado el momento de decir la verdad, aunque, sin mirar a los ojos.

Y nunca sabrá de las estrategias que desvelan mis incertidumbres.

La bondad y las chusma constante provocan óbices para mi sensación de pérdida, de pérdida de momentos, de evocaciones a epitafios que ninguna culpa han de arrogarse por pertenecer a la vereda de enfrente de todo lo que, a su vez, tiene íntima relación con estas palabras.

Temo que esta luz se apague, que no tenga otra opción que plasmarte en algo que había nacido en mí como estandarte, pero que un soslayado lugar ocupa, pese a que pronto saldrá a la luz y será banquete para perros hambrientos.

Pronto todo se convertirá en desierto y me iré hacia la parafernalia, que alguna vez pretérita me ha hecho pensar en el cambio de parecer.

Simplemente tu ausencia se hace presente y la espera ha llegado a su fin.

Me espera otro azar.



Horacio Oliveira.

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