Lágrimas obstruidas.

Se sentó en la mesa del café Horacio Oliveira, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Tus dudas no previeron la estocada profunda en el alma.

La incomprensión correspondió a un armamento en plena batalla.

El enemigo ya estaba vencido sin abrir el fuego.

Las trincheras pasaron desapercibidas.
Estoy golpeando las puertas de aquella liberación,
que es momentánea.

La llave se perdió,
quizás en las formas más aptas
de intentar forzar el cerrojo.

La velocidad, que es constante y diaria,
hizo más rauda mi lucha.

El sol hizo trastabillar mi cometido.

No es tenue la fragilidad*.

Todas las posibilidades calificativas,
son moneda corriente.

Todos los sonidos ya lo han acariciado.
Ya ha agotado toda posibilidad de novedad.

(Él) Se remite a estructuras
ya pensadas en tiempos pretéritos.

Solo ha cambiado el lugar de ejecución
de las más míseras controversias del amor,
de la información de las circunstancias,
de la imaginación en su germinación constante.

Las cuencas de los ojos
y su mirada apabullada
no representan el criterio normal.

Puedo evocar a princesas enredadas,
a una escritura en un espejo (Ídem),
a mentes destrozadas,
a dioses que son idolatrados en una pared,
pero sigo empujando y el río no ha llenado su cauce
y tu impertinencia derriba todos los caminos posibles.

En las súplicas, la sinceridad
y la noche no han servido de escudo para justificar el presente.

*No quiero pecar nuevamente en decir: “Busco espejos que no me reflejan”.

Horacio Olivera.

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