Lo supe.



Se sentó en la mesa del café Juancqui, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:
 
El cristal se rendía en el calor justo,
el soplo lo enfría a su tiempo,
mis manos lo moldearon.
Cada detalle, cada figura,
sin fisuras, ni burbujas.
Mi egoísmo no midió
el movimiento de tu libertad.
El calor de nuestros desenfrenos,
la rispidez de las pasiones,
evitó fisuras y quiebres.
Mis manos no medían
contenerse en frialdades,
o en cambios de tenores.
Cantaba la loca audacia,
de saciar nuestros deseos.
Apenas un pequeño frío,
dejo ver lo frágil,
descubrió el ridículo
de un sueño vano.
Tu grácil cuerpo
abandonó la forma,
y yo encontré mis manos
atravesadas en astillas,
astillas de mi propio egoísmo.
Y lloré.
Llevé mis manos a mis ojos,
Para cegar a ellos
de mi soberbia inútil.
Así mi sangre fue la luz,
que me mostró cuanto mentía.
Entonces lo supe,
ni siquiera tú me amabas.


Juancqui.

3 comentarios:

  1. ¡Increible! lleva a recorrer varios pasajes, desde como en el desenfreno olvidamos que hay alguien más con sus propios deseos y necesidades, que también quiere ser, así como el desencanto sobre el final ...

    ¡Gracias amigo por este poema!

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  2. Anónimo11:11

    muy bueno, es un poema para leer varias veces tiene mucho jugo apra exprimir!!!!

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