Cruces.

Se sentó en la mesa del café Santiago, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:

Buen día! Me dijo.

Y siguió con su sonrisa caminando hasta el fin, la ví alejarse, y despedía sueños en forma de pasos dados.
Deseo por Dios, si es que éste existe, cruzarla cuando ya no queden más miedos en mi estantería del sótano, cuando pueda decirle todo lo que siento sin temer rechazo alguno, rechazo que ella nunca demostrará por no contar con tal terrible palabra en su vocabulario.

Después de unos metros, todavía con los ojos sorprendidos, y más que sorprendidos, encandilados, junté fuerzas desde las baldosas que pisaba hasta el cielo que miraba, y todo caprichosamente orquestado por los latidos del corazón que me rebotaban en la garganta y le grité, aún mirando su espalda, y todavía con su sonrisa gravada en mis pupilas:

Más que buen día, el mejor de todos!

Y como si fuera el mejor regalo que nadie nunca me dió, ella giró medio cuerpo, y sin dejar de caminar, mirándome fijo, volvió a sonreír.


Santiago.

2 comentarios: