Cobarde.

Se sentó en la mesa del café Lola Sabin, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Lágrimas rojas, escupe tu alma.
Ríos embriagados de uvas pisadas;
molidas por pies, salen de tus ojos
y vos, embebido en tu ceguera,
por opción, ni las ves.

Tus ropas, en su hartazgo, habrán perdido
el sórdido olor amargo que carga tu piel.
Las siempre ojeras se esconderán tras tus ojos
suplicando dormir, habrían dado su negrura
por solo dos minutos, sin tener que obligarte a recordar.
(inútilmente)

Son los restos. Un cadáver que se vistió
para la ocasión, y se puso en pie ansioso por rodar.
Preso del espejo quedo el ángel, del que
perdidamente, me enamoré.
En el espejo quedo la proyección, el esplendor
del que una vez viste. Y no te animaste a ser.

Felicitaciones, exitosos empresario.
Líder, revolucionario,
tantos papeles que recubren
lo que con diarios, noticias de ayer y hoy,
tapaste ... el cadáver del hombre. (vos)

Amo tus ojeras porque yo sé, son el reflejo
del que mataste. Vive en el negro, debajo de los ojos,
buscando un claro de luz para resurgir,
gritándole al cadáver, a viva voz, que aun quiere ser.
Te mataste por miedo a nacer. Cobarde.



Lola Sabin.

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