Esencias al viento.


Se sentó en la mesa del café Lola Sabin, sintió el aroma, tomó un sorbo y luego dijo:


Había sacado todas las cuentas, definitivamente no, no quedaban dudas: él era el indicado para ella.
Todo cerraba, como un círculo finito, de curvas simples y perfectas.

Desde hacía mucho tiempo ella lo miraba, se miraba junto a él, lo miraba junto a ella así como intentaba verse.
Infinidades de situaciones, momentos, actitudes que fueron atentamente guardadas, a veces en la retina, otras en una hoja de papel, muchas hojas, a decir verdad.

Desde hacía mucho tiempo estaba cansada, de estar, de mirarse, de mirarlo, de pensar.

Intento tantas veces apagarse, dejarse llevar sin pensar; sin escuchar esa vocecita atenta que desde adentro susurraba a gritos que no era lo que ella quería, ni lo que necesitaba … esa vocecita que enmudecida, por la sordera de hablar sin ser escuchada, comenzó a golpear las paredes del estomago, a retorcer mis órganos...
A veces creo que su preferido siempre fue el hígado, aunque dudo, porque repiquetea contra el pecho con demasiada saña.

Se había hartado de hablar en tercera persona, sintiéndose ajena. A veces volvía, a veces me iba y relataba mi vida desde la torre, con esa mirada atenta, que solo servía para mirar. Y ella eso también lo sabía, pero seguía mirando.


Cuanto más tiempo pasaban juntos, buscando descifrar si eran historias viviendo en su cabeza o si realmente esa voz existía y tenía razón, más historias en tercera persona escribía.
No era él el responsable, y puede que ella tampoco lo fuera; simplemente no era él, eso decía esa voz a la que negaba, pero sí era él, lo decía todo lo demás, ella minuciosamente había estudiado todos los detalles, y el círculo era perfecto, no había dobleces, ni puntas … ella disfrutaba el tiempo compartido, podía sentir como él estaba, como escuchaba, como comprendía, como la miraba, (mientras yo miraba un árbol, o acariciaba su pelo escapándole a la mirada directa, la que permite ver, y qué decir de cuando lo abrazaba o besaba para no mirarlo a los ojos el suficiente tiempo como para que esa voz hable desde dentro a través de ellos, para que no escuche lo que esa ajena voz tenía para decir).

A veces solía pensar que si esa voz no estuviera ella podría ser feliz, porque el tiempo juntos era invalorable, me gustaba desde el tono de su voz, hasta la forma en la que vestía. Desde su olor, hasta la forma en la que me sostenía.

Y otras, como hoy, creo que sí esa voz no estuviera, estaría condenada a la tercera persona, a mirar enajenada.

No sé, mi conclusión, a todo, siempre, es que pienso mucho.
Pero cuando no pienso, el piloto sigue en marcha, la sombra de la sombra vive y yo me acomodo en la torre de marfil.

Era la hora, algo debía hacer, escucharse la hacía sentir que sabía lo que necesitaba …

Tomando al toro por las astas se dispuso a no seguir sus pasos, tocó timbre, esperó …
Cuando al fin abrió la puerta, sintió miedo, pánico, terror, paralizada no tenía más que caminar, aunque él lo sabía, nadie había podido acallar su cara de terror.

- ¿Es la primera vez que venís?
- Si.
- ¿Estás nerviosa?
- Si.
- Tranquila, no va a pasar nada.
- Bueno.

Las palabras no salían, y ese hombre no ayudaba, su túnica negra, su cara de … no era su cara, era más bien lo que yo sabía que él hacía, pero lo que fuera definitivamente me daba pavor.
- Pasa por acá, por favor. Ponete cómoda, deja la camperita sobre esa mesa y parate derecha mirando ese punto rojo.
Después de varios minutos, como yo miraba una copa con rubíes y diamantes rojos, el cura prosiguió:
Aquel punto rojo digo, al que le estás dando la espalda.

Ni una mueca, ni una palabra, nada dije, solamente gire y me quede en el punto rojo, con la cabeza en blanco, un blanco sudoroso.

El tipo me tiro agua bendita, dijo varias palabras en latín o hebreo, o algún idioma que invento para reírse de mí. En un momento se arrodillo y tarareaba una canción de Luis Miguel … creo que el exorcismo para lo único que sirvió fue para hacerme ver que estaba desesperada, que no pensaba bien y que no era eso lo que necesitaba para mí.

Curada de espanto agarré la misma guía telefónica que me había llevado al exorcista y busque el número de un psicólogo, un psiquiatra y una adivina.
Quizá me hubieran servido, pero me avergonzaba la desesperación con la que buscaba y discaba antes de cortar.

Por lo que repase una vez más la lista y agregue algunas cosas que faltaban:

- Me atrae físicamente, es mi tipo.
- Me gusta su onda, como se viste, peina, camina, habla, sus modos y sus formas.
- Tiene rico aliento siempre.
- Es aceptado socialmente, es correcto.
- Se lava las manos después de ir al baño.
- Me escucha, me conoce, me comprende.
- Me da consejos que mayoritariamente responden al conflicto.
- Confía en mí.
- Me siento bien cuando está cerca.
- Me acompaña, me sostiene, me hace sentir bien.
- Me encantan los pocitos que tiene en los cachetes.
- Me gustan mucho sus ojos, como brillan.
- Me molesta que dependa de mí.
- Hay temas que tengo que disfrazar para hablar con él, para no sentir que hablo a una pared.
- Esos temas son parte de quién soy, de mi esencia.
- Siento que me vuelvo igual a los demás.
- Mi identidad se distorsiona, cambio lo que hace que sea yo y no otra, independientemente de si él necesita que yo lo cambie.
- Me hace sentir colérica que aguante cualquier cosa que haga, que me justifique y me siga sosteniendo.
- Me hace sentir que no se quiere, con lo que concluyo que en el fondo del fondo, no somos felices ninguno de los dos, solamente son felices los seres sin esencia, sin voz, de los dos, no solo mío.


Hizo los últimos ajustes:

- Me atrae físicamente, es mi tipo.
- Me gusta su onda, como se viste, peina, camina, habla, sus modos y sus formas.
- Tiene rico aliento siempre.
- Es aceptado socialmente, es correcto.
- Se lava las manos después de ir al baño.
- Me escucha, me conoce, me comprende.
- Me da consejos que mayoritariamente responden al conflicto.
- Confía en mí.
- Me siento bien cuando está cerca.
- Me acompaña, me sostiene, me hace sentir bien.
- Me encantan los pocitos que tiene en los cachetes.
- Me gustan mucho sus ojos, como brillan.
- Me molesta que dependa de mí.
- Hay temas que tengo que disfrazar para hablar con él, para no sentir que hablo a una pared.
- Esos temas son parte de quién soy, de mi esencia.
- Siento que me vuelvo igual a los demás.
- Mi identidad se distorsiona, cambio lo que hace que sea yo y no otra, independientemente de si él necesita que yo lo cambie.
- Me hace sentir colérica que aguante cualquier cosa que haga, que me justifique y me siga sosteniendo.
- Me hace sentir que no se quiere.

 

Y ahora sí, tomó el teléfono, tranquilamente disco su número y quedó en encontrarse para ir a pasear, hablar de los temas de la lista que la preocupaban y de cómo seguiría su historia.
FIN.

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